El tambor del Bruc
Oriol Izquierdo (La Vanguardia, 26/11/2002)
No hay mejor homenaje a un escritor que recogerse en la intimidad de su lectura. Antes que proclamar su vigencia o su extravío, uno debería intentar encontrarse en sus palabras. Y hacerlo incluso contra los propios prejuicios, aún más si su nombre lleva algún estigma. Así, estos últimos días me dispuse a saldar una cuenta pendiente con Carles Fages de Climent.
Fages nació en Figueres en mayo hizo cien años, y murió allí en 1968. Poeta, autor de obras más citadas que leídas, como "Les bruixes de Llers" o la "Balada del sabater d'Ordis", fue discípulo de Eugeni d'Ors y uno de los intelectuales catalanes que vieron en el franquismo, en un principio, un necesario regreso al orden. Por todo ello y más, ha sido uno de los grandes marginados de la tradición literaria catalana presente, hasta su reivindicación por Enric Casasses, entre otros.
Ahora, el centenario de su nacimiento sirve de pretexto para la ordenación y la edición de su obra. Joan Ferrerós se ha ocupado de su capítulo quizá más célebre, los "Epigrames", composiciones breves en verso, en la tradición de poetas latinos como Marcial o Juvenal, que expresan reflexiones o consejos con agudez y a menudo intención burlesca. Fages aborda en ellos tanto cuestiones de actualidad, relativas a escritores, artistas o políticos de su tiempo, como temas inmarcesibles, en aforismos sobre el sentido de la vida y los misterios del amor, de aire más bien epicúreo. Paseando por los epigramas de Fages sorprenden, aquí y allí, destellos de genio que no desmerecen de los mejores momentos de reconocidos poetas satíricos como Josep Maria de Sagarra o Pere Quart.
Vean, por ejemplo, estos seis versos que recuerdan el episodio protagonizado por un humilde muchacho frente al temido ejército napoleónico, según la leyenda el gran momento épico de nuestra historia moderna, tras la derrota del 11 de septiembre. Dice Fages, jocoso: "Si aquell timbaler del Bruc / de l'exèrcit nacional / en lloc de tocar el timbal / s'hagués tocat els bemols, / els catalans, de retruc, / ja no fórem espanyols". Según esta peculiar lección de historia, eso que llaman España fue configurado, ya ven, por el impulso heroico del adolescente. Cae uno en la cuenta, así, de cuán frágiles pueden ser los excepcionales momentos cruciales que determinan el curso tal vez definitivo de los hechos.
Comprenderán, supongo, el efecto que con estos versos en la memoria destilan algunas afirmaciones del polémico capítulo quinto de la reciente carta pastoral de los obispos españoles. Tras defender, con Juan Pablo II, el derecho de los pueblos a escoger su destino, los obispos escriben: "Cuando determinadas naciones o realidades nacionales se hallan legítimamente vinculadas por lazos históricos, familiares, religiosos, culturales y políticos a otras naciones de un mismo Estado no puede decirse que dichas naciones gocen necesariamente de un derecho a la soberanía política". Que ya es rizar legítimamente el rizo para apelar necesariamente a la unidad de destino en lo universal, y cuadrar el círculo de la defensa de la autodeterminación con la indisolubilidad de un Estado muy concreto.
Para Fages de Climent, pues, ciertos lazos tienen la naturaleza de los "bemoles". Pero tomemos cuidado de no traspasar los límites entre lo burlable y lo grave. Y sigamos el consejo del poeta de Figueres: "Tinc encara tanta estima / per la meva carcanada, / que eludeixo manta rima / fent d'epigrama, xarada".
Oriol Izquierdo (La Vanguardia, 26/11/2002)
No hay mejor homenaje a un escritor que recogerse en la intimidad de su lectura. Antes que proclamar su vigencia o su extravío, uno debería intentar encontrarse en sus palabras. Y hacerlo incluso contra los propios prejuicios, aún más si su nombre lleva algún estigma. Así, estos últimos días me dispuse a saldar una cuenta pendiente con Carles Fages de Climent.
Fages nació en Figueres en mayo hizo cien años, y murió allí en 1968. Poeta, autor de obras más citadas que leídas, como "Les bruixes de Llers" o la "Balada del sabater d'Ordis", fue discípulo de Eugeni d'Ors y uno de los intelectuales catalanes que vieron en el franquismo, en un principio, un necesario regreso al orden. Por todo ello y más, ha sido uno de los grandes marginados de la tradición literaria catalana presente, hasta su reivindicación por Enric Casasses, entre otros.
Ahora, el centenario de su nacimiento sirve de pretexto para la ordenación y la edición de su obra. Joan Ferrerós se ha ocupado de su capítulo quizá más célebre, los "Epigrames", composiciones breves en verso, en la tradición de poetas latinos como Marcial o Juvenal, que expresan reflexiones o consejos con agudez y a menudo intención burlesca. Fages aborda en ellos tanto cuestiones de actualidad, relativas a escritores, artistas o políticos de su tiempo, como temas inmarcesibles, en aforismos sobre el sentido de la vida y los misterios del amor, de aire más bien epicúreo. Paseando por los epigramas de Fages sorprenden, aquí y allí, destellos de genio que no desmerecen de los mejores momentos de reconocidos poetas satíricos como Josep Maria de Sagarra o Pere Quart.
Vean, por ejemplo, estos seis versos que recuerdan el episodio protagonizado por un humilde muchacho frente al temido ejército napoleónico, según la leyenda el gran momento épico de nuestra historia moderna, tras la derrota del 11 de septiembre. Dice Fages, jocoso: "Si aquell timbaler del Bruc / de l'exèrcit nacional / en lloc de tocar el timbal / s'hagués tocat els bemols, / els catalans, de retruc, / ja no fórem espanyols". Según esta peculiar lección de historia, eso que llaman España fue configurado, ya ven, por el impulso heroico del adolescente. Cae uno en la cuenta, así, de cuán frágiles pueden ser los excepcionales momentos cruciales que determinan el curso tal vez definitivo de los hechos.
Comprenderán, supongo, el efecto que con estos versos en la memoria destilan algunas afirmaciones del polémico capítulo quinto de la reciente carta pastoral de los obispos españoles. Tras defender, con Juan Pablo II, el derecho de los pueblos a escoger su destino, los obispos escriben: "Cuando determinadas naciones o realidades nacionales se hallan legítimamente vinculadas por lazos históricos, familiares, religiosos, culturales y políticos a otras naciones de un mismo Estado no puede decirse que dichas naciones gocen necesariamente de un derecho a la soberanía política". Que ya es rizar legítimamente el rizo para apelar necesariamente a la unidad de destino en lo universal, y cuadrar el círculo de la defensa de la autodeterminación con la indisolubilidad de un Estado muy concreto.
Para Fages de Climent, pues, ciertos lazos tienen la naturaleza de los "bemoles". Pero tomemos cuidado de no traspasar los límites entre lo burlable y lo grave. Y sigamos el consejo del poeta de Figueres: "Tinc encara tanta estima / per la meva carcanada, / que eludeixo manta rima / fent d'epigrama, xarada".