LA RUTA DE LAS LEYENDAS (57)
Más sobre brujas.
En el Pla de l'Estany, la presencia de hechiceras era fruto a veces de la ingestión de setas alucinógenas
(MONICA FERNANDEZ - La Vanguardia 28/02/2000)
Girona.- Hemos hablado ya algunas veces de la presencia de brujas en el legendario de nuestras comarcas. Ellas son las protagonistas indiscutibles de numerosas historias que nos hablan de unos tiempos remotos en que los casos de brujería se denunciaban a la Santa (es un decir) Inquisición, que se dedicaba a prender piras allá por donde pasaba. Dejaremos de lado aquellas barbaridades para situarnos en el terreno de la leyenda, mucho más amable y en el que a menudo las brujas no son tan fieras como las pintan.
Eso es lo que pasó en el pueblecito de Falgons, donde por unos días tuvieron que plantar cara a una seria amenaza brujeril. Cuentan que en aquellos tiempos era habitual abrir camino a los cultivos eliminando parte de los bosques o de las zonas de maleza. Este era un trabajo nada agradable, pero que mucha gente hacía para poder mejorar su modo de vida. Este era el caso de nuestro protagonista, un joven del pueblo que trabajaba cada día en la limpieza del sotobosque cercano a sus tierras. Un buen día, este joven se encontraba doblado sobre las tierras que limpiaba cuando sus ojos creyeron ver una aparición.
Acababa de pasar delante de él una bellísima muchacha, y si no hubiera sido porque la miró detenidamente, el joven hubiera asegurado que la chica se contoneaba más que pasearse. El joven reconoció rápidamente la aparición: se trataba de una pastora de la que a veces se murmuraba que tenía poderes sobrenaturales. Pero, no prestando demasida atención a las habladurías, y encaprichado de la belleza de la joven, el muchacho la siguió a través del bosque. Pronto llegaron a un estanque de aguas un poco turbias. Parada en la orilla, la muchacha se sacó las ropas (todas ellas, debemos insistir) y se lanzó al agua, bajo la mirada atónita del muchacho, que era más inocente que los pajarillos que piaban por los alrededores. Alucinado, tuvo tiempo de sonreírse durante un breve instante, hasta ver que la joven emergía de las aguas convertida en una zorra de mirada espeluznante y amenazadora. La zorra huyó y dejó al joven tan asustado que tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para recuperar las fuerzas y volver a su casa. Durante los días siguientes a esa aparición, muchas personas aseguraron haber presenciado hechos extraños, que todos atribuyeron sin ningún atisbo de duda a la maléfica pastora zorra.
Hasta que un buen día, y bajo los porches de la iglesia de Falgons, los hombres del pueblo se reunieron para decidir qué cabía hacer para combatir a la bruja. Se acordó pedir ayuda al abad del monasterio de Sant Pere de Banyoles, la mayor autoridad religiosa de aquellos lares. Y así se hizo. El abad, hombre muy centrado para los tiempos desorientados que corrían, tenía fama de escéptico. No creía en brujerías y menos aún confiaba en la Inquisición para resolver casos de esta naturaleza, habida cuenta de la poca sutileza de la Santa Compañía, que tampoco agradaba al tranquilo abad. Los hombres de Falgons fueron a su encuentro aireados, explicando cada uno las apariciones de la bruja que habían contemplado, y los hechos sobrenaturales que se atribuían a la pastora. El abad, con su calma habitual, dijo a los hombres de Falgons que no era aquel caso para la Inquisición, y les preguntó si era habitual en la zona donde vivían consumir setas recogidas en el bosque. Los hombres de Falgons le respondieron que por supuesto, mientras estaban en el bosque solían recoger unas cuantas setas y, después de asarlas ligeramente con un improvisado fuego de campo, se las comían gustosamente, puesto que eran manjar de reyes aunque nacieran en la sucia tierra. El abad supo enseguida qué había pasado. Mostró a los lugareños una seta con manchas rojizas, que los hombres de Falgons reconocieron al instante. De la seta en cuestión dijeron que era de las más sabrosas, y que solían comerla casi a diario puesto que, además, era abundante.
Lo que no sabían los de Falgons era que la tal seta era un hongo alucinógeno que les había provocado todas y cada una de las visiones de aquella rocambolesca historia que empezó cuando la mente de un joven, habiendo comido éste setas poco recomendables, asoció a la bella pastora del pueblo con las artes de la brujería.
EL DATO
¿Pero hay "bruixes" en Llers?
Aunque aún no habíamos tenido ocasión de hablar de ellas, las brujas más conocidas de las comarcas de Girona seguramente son las de Llers, un pueblo del Alt Empordà que debe casi toda su fama a dichas hechiceras, aunque méritos no le falta para ser conocido por otras cuestiones, como que el artista Josep Ministral, que pintó un mural en la vieja iglesia, vive en dicha población. Como decíamos, las brujas de Llers son aquellos seres que durante años todos los niños del Alt Empordà temieron. Ahora los tiempos han cambiado y si les preguntamos por ellas no sabrían quiénes son, a no ser que alguna de las hechiceras milite en un equipo de primera división o salga en alguna serie de dibujos animados japonesa. Dicen de las brujas de Llers que se reunían a menudo con los brujos de Pau (otro pueblo de la comarca), aunque también se dice que tales brujas no existieron nunca, y en Llers no se recuerda casi ninguna historia concreta relacionada con ellas. A pesar de todo, merecieron la categoría de personaje literario, puesto que Carles Fages de Climent dedicó una de sus obras a glosar historias que supuestamente protagonizaban dichas brujas
Más sobre brujas.
En el Pla de l'Estany, la presencia de hechiceras era fruto a veces de la ingestión de setas alucinógenas
(MONICA FERNANDEZ - La Vanguardia 28/02/2000)
Girona.- Hemos hablado ya algunas veces de la presencia de brujas en el legendario de nuestras comarcas. Ellas son las protagonistas indiscutibles de numerosas historias que nos hablan de unos tiempos remotos en que los casos de brujería se denunciaban a la Santa (es un decir) Inquisición, que se dedicaba a prender piras allá por donde pasaba. Dejaremos de lado aquellas barbaridades para situarnos en el terreno de la leyenda, mucho más amable y en el que a menudo las brujas no son tan fieras como las pintan.
Eso es lo que pasó en el pueblecito de Falgons, donde por unos días tuvieron que plantar cara a una seria amenaza brujeril. Cuentan que en aquellos tiempos era habitual abrir camino a los cultivos eliminando parte de los bosques o de las zonas de maleza. Este era un trabajo nada agradable, pero que mucha gente hacía para poder mejorar su modo de vida. Este era el caso de nuestro protagonista, un joven del pueblo que trabajaba cada día en la limpieza del sotobosque cercano a sus tierras. Un buen día, este joven se encontraba doblado sobre las tierras que limpiaba cuando sus ojos creyeron ver una aparición.
Acababa de pasar delante de él una bellísima muchacha, y si no hubiera sido porque la miró detenidamente, el joven hubiera asegurado que la chica se contoneaba más que pasearse. El joven reconoció rápidamente la aparición: se trataba de una pastora de la que a veces se murmuraba que tenía poderes sobrenaturales. Pero, no prestando demasida atención a las habladurías, y encaprichado de la belleza de la joven, el muchacho la siguió a través del bosque. Pronto llegaron a un estanque de aguas un poco turbias. Parada en la orilla, la muchacha se sacó las ropas (todas ellas, debemos insistir) y se lanzó al agua, bajo la mirada atónita del muchacho, que era más inocente que los pajarillos que piaban por los alrededores. Alucinado, tuvo tiempo de sonreírse durante un breve instante, hasta ver que la joven emergía de las aguas convertida en una zorra de mirada espeluznante y amenazadora. La zorra huyó y dejó al joven tan asustado que tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para recuperar las fuerzas y volver a su casa. Durante los días siguientes a esa aparición, muchas personas aseguraron haber presenciado hechos extraños, que todos atribuyeron sin ningún atisbo de duda a la maléfica pastora zorra.
Hasta que un buen día, y bajo los porches de la iglesia de Falgons, los hombres del pueblo se reunieron para decidir qué cabía hacer para combatir a la bruja. Se acordó pedir ayuda al abad del monasterio de Sant Pere de Banyoles, la mayor autoridad religiosa de aquellos lares. Y así se hizo. El abad, hombre muy centrado para los tiempos desorientados que corrían, tenía fama de escéptico. No creía en brujerías y menos aún confiaba en la Inquisición para resolver casos de esta naturaleza, habida cuenta de la poca sutileza de la Santa Compañía, que tampoco agradaba al tranquilo abad. Los hombres de Falgons fueron a su encuentro aireados, explicando cada uno las apariciones de la bruja que habían contemplado, y los hechos sobrenaturales que se atribuían a la pastora. El abad, con su calma habitual, dijo a los hombres de Falgons que no era aquel caso para la Inquisición, y les preguntó si era habitual en la zona donde vivían consumir setas recogidas en el bosque. Los hombres de Falgons le respondieron que por supuesto, mientras estaban en el bosque solían recoger unas cuantas setas y, después de asarlas ligeramente con un improvisado fuego de campo, se las comían gustosamente, puesto que eran manjar de reyes aunque nacieran en la sucia tierra. El abad supo enseguida qué había pasado. Mostró a los lugareños una seta con manchas rojizas, que los hombres de Falgons reconocieron al instante. De la seta en cuestión dijeron que era de las más sabrosas, y que solían comerla casi a diario puesto que, además, era abundante.
Lo que no sabían los de Falgons era que la tal seta era un hongo alucinógeno que les había provocado todas y cada una de las visiones de aquella rocambolesca historia que empezó cuando la mente de un joven, habiendo comido éste setas poco recomendables, asoció a la bella pastora del pueblo con las artes de la brujería.
EL DATO
¿Pero hay "bruixes" en Llers?
Aunque aún no habíamos tenido ocasión de hablar de ellas, las brujas más conocidas de las comarcas de Girona seguramente son las de Llers, un pueblo del Alt Empordà que debe casi toda su fama a dichas hechiceras, aunque méritos no le falta para ser conocido por otras cuestiones, como que el artista Josep Ministral, que pintó un mural en la vieja iglesia, vive en dicha población. Como decíamos, las brujas de Llers son aquellos seres que durante años todos los niños del Alt Empordà temieron. Ahora los tiempos han cambiado y si les preguntamos por ellas no sabrían quiénes son, a no ser que alguna de las hechiceras milite en un equipo de primera división o salga en alguna serie de dibujos animados japonesa. Dicen de las brujas de Llers que se reunían a menudo con los brujos de Pau (otro pueblo de la comarca), aunque también se dice que tales brujas no existieron nunca, y en Llers no se recuerda casi ninguna historia concreta relacionada con ellas. A pesar de todo, merecieron la categoría de personaje literario, puesto que Carles Fages de Climent dedicó una de sus obras a glosar historias que supuestamente protagonizaban dichas brujas