Fages de Climent
Toni Soler - (La Vanguardia, 01/02/2003)
Este 2002 ha sido indiscutiblemente el año Gaudí (lo ha sido tanto, que algunos turistas deben de pensar que “any” es “Antonio” en catalán), y el gran damnificado ha resultado ser Jacint Verdaguer, pero no sólo él: Carles Fages de Climent (1902-1968) ha sudado tinta, figuradamente, para hacerse notar en su centenario. Por fortuna, mucha gente se está esforzando para rescatar al poeta ampurdanés del olvido que ya sufrió en vida. Y lo seguirá haciendo en el 2003 porque, según parece, un solo año no es lo bastante largo para tanto ilustre prócer.
Fages de Climent es un escritor catalán que, al igual que Josep Pla, pagó cara su complacencia con el régimen franquista. Empezó una carrera prometedora subido al carro del último noucentisme, del brazo de su mentor, Eugeni d'Ors –otro innombrable–. Hombre atípico, ecléctico, “foteta”, coqueteó a contrapié con varias ideologías. Pero como en el fondo siempre fue un propietario rural, y por lo tanto conservador, el huracán de 1936 le empujó al bando franquista. Después de la guerra aplaudió el regreso al “orden”, pero sin meterse en política; eso no le bastó para ser admitido en los cenáculos de la cultura catalana, que le ningunearon hasta su muerte, en 1968.
Fages compaginó este exilio interior con una viva presencia en su terruño, ese Empordà omnipresente en su obra. Rezó al Crist de la Tramuntana, bautizó Vila-sacra como “la capital del món” y soñó con crear en Figueres una Academia de la Ironía. Mientras tanto, Barcelona ignoraba su “Badala del Sabater d'Ordis”, su “Somni del Cap de Creus”, y despreciaba sus inimitables epigramas, versos satíricos que Fages producía a kilos y que muchos ampurdaneses recitan de memoria. Con estos versos, breves y punzantes, Fages se vengó de muchos de sus detractores: Joan Triadú, que le excluyó de una antología poética, recibió este dardo envenenado: “Aquest pobre Triadú / que de triar no té el do / si quan tria, tria dur / és que és un mal triador”.
En los últimos años, la obra de Fages de Climent ha sido reivindicada por los expertos y revisitada por sus paisanos. Ahora, con motivo del centenario, Quaderns Crema reedita sus obras principales, y su trayectoria vital puede ser vista de cerca en una exposición que, tras su paso por Figueres, llega por fin a Barcelona, al Museu d'Història de Catalunya.
Un vínculo muy personal me inclina a sumarme al centenario de Fages. Pero también me empuja mi debilidad por el humor en todas sus formas; y es innegable que Fages fue un maestro en la ciencia de combinar ironía y lírica. Sus epigramas son un ejemplo de mordacidad y de eficacia, un ejercicio de gamberrismo rimado que se rige por este lema: “El meu epigramari / farà somriure tothom / excepte el destinatari”. Es una divisa para todos los que quisiéramos tener el don de la sátira.
Fages de Climent no fue un héroe. Pero sería injusto olvidar que, en 1936, ser catalanista y conservador no era una opción fácil (y si no, que se lo digan a Carrasco i Formiguera, Ventura Gassol y tantos republicanos expulsados en nombre de la revolución). Debilidades aparte, Fages nunca renunció a su idioma, y nos ha legado una obra que ninguna literatura, y menos la catalana, está en condiciones de desechar. Compruébenlo.
Toni Soler - (La Vanguardia, 01/02/2003)
Este 2002 ha sido indiscutiblemente el año Gaudí (lo ha sido tanto, que algunos turistas deben de pensar que “any” es “Antonio” en catalán), y el gran damnificado ha resultado ser Jacint Verdaguer, pero no sólo él: Carles Fages de Climent (1902-1968) ha sudado tinta, figuradamente, para hacerse notar en su centenario. Por fortuna, mucha gente se está esforzando para rescatar al poeta ampurdanés del olvido que ya sufrió en vida. Y lo seguirá haciendo en el 2003 porque, según parece, un solo año no es lo bastante largo para tanto ilustre prócer.
Fages de Climent es un escritor catalán que, al igual que Josep Pla, pagó cara su complacencia con el régimen franquista. Empezó una carrera prometedora subido al carro del último noucentisme, del brazo de su mentor, Eugeni d'Ors –otro innombrable–. Hombre atípico, ecléctico, “foteta”, coqueteó a contrapié con varias ideologías. Pero como en el fondo siempre fue un propietario rural, y por lo tanto conservador, el huracán de 1936 le empujó al bando franquista. Después de la guerra aplaudió el regreso al “orden”, pero sin meterse en política; eso no le bastó para ser admitido en los cenáculos de la cultura catalana, que le ningunearon hasta su muerte, en 1968.
Fages compaginó este exilio interior con una viva presencia en su terruño, ese Empordà omnipresente en su obra. Rezó al Crist de la Tramuntana, bautizó Vila-sacra como “la capital del món” y soñó con crear en Figueres una Academia de la Ironía. Mientras tanto, Barcelona ignoraba su “Badala del Sabater d'Ordis”, su “Somni del Cap de Creus”, y despreciaba sus inimitables epigramas, versos satíricos que Fages producía a kilos y que muchos ampurdaneses recitan de memoria. Con estos versos, breves y punzantes, Fages se vengó de muchos de sus detractores: Joan Triadú, que le excluyó de una antología poética, recibió este dardo envenenado: “Aquest pobre Triadú / que de triar no té el do / si quan tria, tria dur / és que és un mal triador”.
En los últimos años, la obra de Fages de Climent ha sido reivindicada por los expertos y revisitada por sus paisanos. Ahora, con motivo del centenario, Quaderns Crema reedita sus obras principales, y su trayectoria vital puede ser vista de cerca en una exposición que, tras su paso por Figueres, llega por fin a Barcelona, al Museu d'Història de Catalunya.
Un vínculo muy personal me inclina a sumarme al centenario de Fages. Pero también me empuja mi debilidad por el humor en todas sus formas; y es innegable que Fages fue un maestro en la ciencia de combinar ironía y lírica. Sus epigramas son un ejemplo de mordacidad y de eficacia, un ejercicio de gamberrismo rimado que se rige por este lema: “El meu epigramari / farà somriure tothom / excepte el destinatari”. Es una divisa para todos los que quisiéramos tener el don de la sátira.
Fages de Climent no fue un héroe. Pero sería injusto olvidar que, en 1936, ser catalanista y conservador no era una opción fácil (y si no, que se lo digan a Carrasco i Formiguera, Ventura Gassol y tantos republicanos expulsados en nombre de la revolución). Debilidades aparte, Fages nunca renunció a su idioma, y nos ha legado una obra que ninguna literatura, y menos la catalana, está en condiciones de desechar. Compruébenlo.