Tiempo de Fages
Josep Maria Fonalleras (La Vanguardia, 26/01/2003)
Hace unos meses, en estas mismas páginas, Rosa Maria Piñol escribía la crónica del retorno de un poeta ampurdanés a la primera página de la actualidad literaria. Titulaba “Vuelve Fages de Climent”, y se hacía eco del centenario de su nacimiento (justo el 16 de mayo, el día en que se publicaba el artículo) y de los actos, homenajes, exposiciones y, sobre todo, publicaciones y reediciones que lo iban a celebrar.
Vuelve. El problema es que no se sabe adónde y tampoco para quién. Y, si me apuran, también se desconoce el lugar de donde procede este fantasma que retorna. Hace tiempo que Fages de Climent desapareció del mapa y sólo se mantuvo como escritor en la memoria de los que le trataron, en la mitología de cuatro que lo leyeron, alejado del Olimpo catalán. Fages es hoy casi un desconocido porque entre él y el mundo en general (y la crítica y la universidad catalanas en particular) se hundieron demasiados puentes. Fages cometió al menos dos delitos que para muchos fueron imperdonables. Ser aún noucentista cuando ya no tocaba serlo y vestirse de filofranquista en el momento en que unos cuantos confundieron un anhelado orden burgués y “natural” con el más cruel de los fascismos. Tardaron poco en darse cuenta de que en la muerte sólo existen fuegos fatuos (Fages fue de los primeros en recurrir al exilio interior y, luego, rural, a la reclusión poética) pero estaban allí, cuando las tropas nacionales, habiendo conseguido sus últimos objetivos militares, entraban en Catalunya en general y en el Ateneu Barcelonès en particular, santa casa en la que, un día de enero del 39, Fages irrumpió acompañado de militantes de la Falange.
Sus biógrafos le dibujan como un personaje que siempre se arrojó con la ideología más inoportuna al barranco más peligroso justo en el momento menos indicado. Fue como el cómico que se enfrenta a una muchedumbre en cuanto tuerce por un callejón desierto. Y estas circunstancias históricas, junto con una vitalidad indomable, un humor sardónico y una cierta manera de enfrentarse a la vida teñida de desapego clásico y de locura atramontanada, nos legaron justo eso, el personaje, la caricatura, por encima del poeta y de su obra.
Fages vuelve. La exposición que se montó primero en Figueres está ya en el Museu d'Història de Catalunya. No se la pierdan. Y no se pierdan tampoco el catálogo (“Poètica i mítica de l'Empordà”), porque es una pieza en la que encajan todos los Fages y en la que se transluce la trascendencia de este –en palabras de su propio hijo– “outsider impertinent”. Dentro de poco, las ediciones en Quaderns Crema de sus poemas más épicos y poderosos acabarán de poner sobre las íes unos puntos que hace años que tendrían que haber estado allí.
Pero las cosas son como son. Ahora es tiempo de Fages. No se queden con el vapor que emana de sus epigramas (editados por fin con fervor y ciencia compilatoria por Joan Ferrerós). Fíjense en la ebullición del líquido. Quédense con el poeta que versifica como respira y que escribe donde puede (en una servilleta, en el puño de la camisa, en el mármol de un bar, en el recuerdo de un amigo) porque sólo puede respirar si escribe versos. Agárrense a este fantasma que viene de ninguna parte para volver a no sabemos dónde.
Josep Maria Fonalleras (La Vanguardia, 26/01/2003)
Hace unos meses, en estas mismas páginas, Rosa Maria Piñol escribía la crónica del retorno de un poeta ampurdanés a la primera página de la actualidad literaria. Titulaba “Vuelve Fages de Climent”, y se hacía eco del centenario de su nacimiento (justo el 16 de mayo, el día en que se publicaba el artículo) y de los actos, homenajes, exposiciones y, sobre todo, publicaciones y reediciones que lo iban a celebrar.
Vuelve. El problema es que no se sabe adónde y tampoco para quién. Y, si me apuran, también se desconoce el lugar de donde procede este fantasma que retorna. Hace tiempo que Fages de Climent desapareció del mapa y sólo se mantuvo como escritor en la memoria de los que le trataron, en la mitología de cuatro que lo leyeron, alejado del Olimpo catalán. Fages es hoy casi un desconocido porque entre él y el mundo en general (y la crítica y la universidad catalanas en particular) se hundieron demasiados puentes. Fages cometió al menos dos delitos que para muchos fueron imperdonables. Ser aún noucentista cuando ya no tocaba serlo y vestirse de filofranquista en el momento en que unos cuantos confundieron un anhelado orden burgués y “natural” con el más cruel de los fascismos. Tardaron poco en darse cuenta de que en la muerte sólo existen fuegos fatuos (Fages fue de los primeros en recurrir al exilio interior y, luego, rural, a la reclusión poética) pero estaban allí, cuando las tropas nacionales, habiendo conseguido sus últimos objetivos militares, entraban en Catalunya en general y en el Ateneu Barcelonès en particular, santa casa en la que, un día de enero del 39, Fages irrumpió acompañado de militantes de la Falange.
Sus biógrafos le dibujan como un personaje que siempre se arrojó con la ideología más inoportuna al barranco más peligroso justo en el momento menos indicado. Fue como el cómico que se enfrenta a una muchedumbre en cuanto tuerce por un callejón desierto. Y estas circunstancias históricas, junto con una vitalidad indomable, un humor sardónico y una cierta manera de enfrentarse a la vida teñida de desapego clásico y de locura atramontanada, nos legaron justo eso, el personaje, la caricatura, por encima del poeta y de su obra.
Fages vuelve. La exposición que se montó primero en Figueres está ya en el Museu d'Història de Catalunya. No se la pierdan. Y no se pierdan tampoco el catálogo (“Poètica i mítica de l'Empordà”), porque es una pieza en la que encajan todos los Fages y en la que se transluce la trascendencia de este –en palabras de su propio hijo– “outsider impertinent”. Dentro de poco, las ediciones en Quaderns Crema de sus poemas más épicos y poderosos acabarán de poner sobre las íes unos puntos que hace años que tendrían que haber estado allí.
Pero las cosas son como son. Ahora es tiempo de Fages. No se queden con el vapor que emana de sus epigramas (editados por fin con fervor y ciencia compilatoria por Joan Ferrerós). Fíjense en la ebullición del líquido. Quédense con el poeta que versifica como respira y que escribe donde puede (en una servilleta, en el puño de la camisa, en el mármol de un bar, en el recuerdo de un amigo) porque sólo puede respirar si escribe versos. Agárrense a este fantasma que viene de ninguna parte para volver a no sabemos dónde.