Música para Fages
Antón M Espadaler ( La Vanguardia 04/10/2003)
El año dedicado a conmemorar el centenario del nacimiento del poeta Carles Fages de Climent va a cerrarse el próximo lunes en el Palau de la Música con la presentación en Barcelona de la versión musical de uno de sus más famosos poemas: "La balada del sabater d'Ordis". Se trata de una composición obra de Carles Coll, director de la Orquestra de Cambra de l'Empordà, que se estrenó en Figueres el pasado mes de mayo. Coll, sin embargo, no se ha limitado a poner en solfa los versos de Fages, sino que ha construido un espectáculo en el que coinciden el canto, la danza, la interpretación y el recitado, logrando una puesta en escena acorde con las ambiciones del poeta.
No sé a qué conclusiones han llegado los que han seguido de cerca el desarrollo del año consagrado a Fages, pero mi impresión es que apenas si se ha roto aquella dimensión local, ampurdanesa, en la que su nombre y su leyenda se encontraban antes de emprender la singladura. No me sorprendería, en este sentido, que de las publicaciones que se han reeditado, la que haya obtenido mayor éxito haya sido la recopilación de sus epigramas. Y que, en consecuencia, se haya fortalecido aún más la imagen faceciosa, ocurrente y vinculada a la circunstancia, pasajera, del autor.
Eso continúa garantizando la popularidad de Fages, aunque de ningún modo puede agotarla. Fages buscó ser popular porque siempre creyó que la poesía debía circular universalmente. Fages se formó en el noucentisme, pero no se distanció nunca de los postulados de la Renaixença. Para él los poetas de referencia son Verdaguer y Maragall. Admiraba a Carner, pero dudo que su trato pasara de ahí. En cambio, halla un fecundo hermano mayor en Sagarra. Con él comparte la riqueza lingüística, la facilidad de composición, un oído muy despierto, el gusto por la adjetivación impactante, la expansión erótica, la reacción entusiasta ante el paisaje y el interés por personajes y materias que tienen sus raíces en el imaginario popular. Por ese lado Fages conecta con los poetas del 27, y con lo que en la misma línea hacían un Tomàs Garcés o un Ventura Gassol.
La mejor poesía de Fages es el resultado, creo, de una cadena de fascinaciones. Verdaguer fascina a Maragall con "Canigó"; Maragall deslumbra a Sagarra con "El comte Arnau"; Sagarra seduce a Fages con "El mal caçador" y Fages escribe "Les bruixes de Llers" y "La balada del sabater d'Ordis", dos creaciones enormemente populares y que forman parte de la mitología ampurdanesa.
El zapatero se llamaba Anton Iglesias y tras perder a su hijo y de verse abandonado por su mujer también se le secó el cerebro, hasta que un día decidió renunciar al oficio y se dedicó a recorrer la comarca, subsistiendo a base de la comida que le daban en las masías a cambio de trabajos. Nunca aceptó dinero. Compensaba tantas miserias con un sueño especialísimo: dirigir a la tramontana como si el soplar del viento fuese un concierto, cosa que hacía con una caña como batuta. Muchos verán en esta fantasía un delirio muy característico de la zona. Un ampurdanés, y con razón de más si es genial, no.
Dalí ilustró la balada y le puso un epílogo versificado: "Jo sóc divinament –¿o hay que leer "divina ment" entre comas?– tocat de l'ala". Y extrajo del "Boig d'Ordis" su idea del órgano de la tramontana. Fages termina su año el lunes. Dalí empieza el suyo el martes. Debería convertirse en algo más que una coincidencia.
Antón M Espadaler ( La Vanguardia 04/10/2003)
El año dedicado a conmemorar el centenario del nacimiento del poeta Carles Fages de Climent va a cerrarse el próximo lunes en el Palau de la Música con la presentación en Barcelona de la versión musical de uno de sus más famosos poemas: "La balada del sabater d'Ordis". Se trata de una composición obra de Carles Coll, director de la Orquestra de Cambra de l'Empordà, que se estrenó en Figueres el pasado mes de mayo. Coll, sin embargo, no se ha limitado a poner en solfa los versos de Fages, sino que ha construido un espectáculo en el que coinciden el canto, la danza, la interpretación y el recitado, logrando una puesta en escena acorde con las ambiciones del poeta.
No sé a qué conclusiones han llegado los que han seguido de cerca el desarrollo del año consagrado a Fages, pero mi impresión es que apenas si se ha roto aquella dimensión local, ampurdanesa, en la que su nombre y su leyenda se encontraban antes de emprender la singladura. No me sorprendería, en este sentido, que de las publicaciones que se han reeditado, la que haya obtenido mayor éxito haya sido la recopilación de sus epigramas. Y que, en consecuencia, se haya fortalecido aún más la imagen faceciosa, ocurrente y vinculada a la circunstancia, pasajera, del autor.
Eso continúa garantizando la popularidad de Fages, aunque de ningún modo puede agotarla. Fages buscó ser popular porque siempre creyó que la poesía debía circular universalmente. Fages se formó en el noucentisme, pero no se distanció nunca de los postulados de la Renaixença. Para él los poetas de referencia son Verdaguer y Maragall. Admiraba a Carner, pero dudo que su trato pasara de ahí. En cambio, halla un fecundo hermano mayor en Sagarra. Con él comparte la riqueza lingüística, la facilidad de composición, un oído muy despierto, el gusto por la adjetivación impactante, la expansión erótica, la reacción entusiasta ante el paisaje y el interés por personajes y materias que tienen sus raíces en el imaginario popular. Por ese lado Fages conecta con los poetas del 27, y con lo que en la misma línea hacían un Tomàs Garcés o un Ventura Gassol.
La mejor poesía de Fages es el resultado, creo, de una cadena de fascinaciones. Verdaguer fascina a Maragall con "Canigó"; Maragall deslumbra a Sagarra con "El comte Arnau"; Sagarra seduce a Fages con "El mal caçador" y Fages escribe "Les bruixes de Llers" y "La balada del sabater d'Ordis", dos creaciones enormemente populares y que forman parte de la mitología ampurdanesa.
El zapatero se llamaba Anton Iglesias y tras perder a su hijo y de verse abandonado por su mujer también se le secó el cerebro, hasta que un día decidió renunciar al oficio y se dedicó a recorrer la comarca, subsistiendo a base de la comida que le daban en las masías a cambio de trabajos. Nunca aceptó dinero. Compensaba tantas miserias con un sueño especialísimo: dirigir a la tramontana como si el soplar del viento fuese un concierto, cosa que hacía con una caña como batuta. Muchos verán en esta fantasía un delirio muy característico de la zona. Un ampurdanés, y con razón de más si es genial, no.
Dalí ilustró la balada y le puso un epílogo versificado: "Jo sóc divinament –¿o hay que leer "divina ment" entre comas?– tocat de l'ala". Y extrajo del "Boig d'Ordis" su idea del órgano de la tramontana. Fages termina su año el lunes. Dalí empieza el suyo el martes. Debería convertirse en algo más que una coincidencia.