Amnistía general
Oriol Pi de Cabanyes - La Vanguardia, 17/03/2003)
Murió José María Gironella, apocalíptico y depresivo, gran escritor, tan desdeñado y olvidado cuando cedió el franquismo. Para escribir "Los cipreses creen en Dios" leyó más de mil libros. Había sido brevemente encarcelado por contrabando, era de Darnius, tradicionalista, quería ser objetivo, no sectario, escribir la más comprensiva novela sobre la Guerra Civil.
Después de 1975 se sintió muy dolido porque se le consideraba un privilegiado que pudo vivir de la literatura mientras otros eran silenciados o publicados para pequeñas audiencias en la inseguridad o el exilio. Más aún si escribían en catalán. Como Joan Sales, cuya magistral "Incerta glòria", otra gran novela sobre la Guerra Civil, sólo había podido publicarse completa en francés.
La literatura interpreta la realidad, pero también la crea. Bajo el franquismo, o durante la guerra fría, vivimos tiempos de elecciones radicales, a favor o en contra, sin espacio para la duda. Y desde el romanticismo, hemos glorificado siempre a los perdedores. Aunque los vencedores también pueden tener sentimientos, como ha hecho ver a tantos "progres" Javier Cercas humanizando al fascista Sánchez Mazas.
¿Se acabó el maniqueísmo sobre la Guerra Civil? Ojalá. El centenario de Carles Fages de Climent, cuya obra se reedita ahora completa, puede compensar algo el desdén con el que fue tratado por quienes nunca olvidaron su protagonismo en la Barcelona recién ocupada. Y son todavía muchos quienes consideran que Pla o D"Ors fueron "traidores", como si su adscripción política o ideológica tuviera que interesarnos hoy más que su innegable calidad literaria.
"Traidores" fueron considerados también Ezra Pound y Céline. O el escritor perpiñanés Robert Brasillach, que tras la "liberación" fue fusilado por estar con el Gobierno francés de Vichy, colaboracionista con Hitler. Del caso Brasillach, cuya condena y ejecución están en las bases del mito de la "resistencia", trata un reciente ensayo –"The collaborator"– de una historiadora "revisionista": Alice Caplan.
¿Qué habría sido de Pla, qué estereotipo habría quedado de él, de haber fallecido en 1942? Vicens Vives, a quien ahora admiran en todos los seminarios de historia, escribió su "Geopolítica del Estado y del imperio", donde no faltan elogios al III Reich, en 1940. Pero después vivió, y cambió lo suficiente para que se olvidara.
No así Ferran Valls i Taberner (1888-1942), sobre el que Josep M. Mas Solench ha publicado una monografía en Proa. Director del Archivo de la Corona de Aragón, hombre de la Lliga pasado al bando franquista, un artículo suyo de 1939, "La falsa ruta" (refiriéndose al catalanismo), ha perdurado más que su ingente obra intelectual, como señala con acierto Josep M. Solé i Sabaté, preguntándose si "hemos hecho lo mismo con todos los que de forma tanto o más estrecha fueron colaboracionistas con el franquismo".
Exiliado en Roma, don Juan quiso verle tres días a la semana "para que me explicara con detalle la historia de Catalunya". Está escrito: "A través de las conversaciones sostenidas con él, cambió totalmente la idea que yo tenía de Catalunya. Por eso escogí el título que ahora llevo: el de conde de Barcelona". La historia, las personas, evolucionan. ¿No sería ya hora de proclamar también en lo literario una amnistía general?
Oriol Pi de Cabanyes - La Vanguardia, 17/03/2003)
Murió José María Gironella, apocalíptico y depresivo, gran escritor, tan desdeñado y olvidado cuando cedió el franquismo. Para escribir "Los cipreses creen en Dios" leyó más de mil libros. Había sido brevemente encarcelado por contrabando, era de Darnius, tradicionalista, quería ser objetivo, no sectario, escribir la más comprensiva novela sobre la Guerra Civil.
Después de 1975 se sintió muy dolido porque se le consideraba un privilegiado que pudo vivir de la literatura mientras otros eran silenciados o publicados para pequeñas audiencias en la inseguridad o el exilio. Más aún si escribían en catalán. Como Joan Sales, cuya magistral "Incerta glòria", otra gran novela sobre la Guerra Civil, sólo había podido publicarse completa en francés.
La literatura interpreta la realidad, pero también la crea. Bajo el franquismo, o durante la guerra fría, vivimos tiempos de elecciones radicales, a favor o en contra, sin espacio para la duda. Y desde el romanticismo, hemos glorificado siempre a los perdedores. Aunque los vencedores también pueden tener sentimientos, como ha hecho ver a tantos "progres" Javier Cercas humanizando al fascista Sánchez Mazas.
¿Se acabó el maniqueísmo sobre la Guerra Civil? Ojalá. El centenario de Carles Fages de Climent, cuya obra se reedita ahora completa, puede compensar algo el desdén con el que fue tratado por quienes nunca olvidaron su protagonismo en la Barcelona recién ocupada. Y son todavía muchos quienes consideran que Pla o D"Ors fueron "traidores", como si su adscripción política o ideológica tuviera que interesarnos hoy más que su innegable calidad literaria.
"Traidores" fueron considerados también Ezra Pound y Céline. O el escritor perpiñanés Robert Brasillach, que tras la "liberación" fue fusilado por estar con el Gobierno francés de Vichy, colaboracionista con Hitler. Del caso Brasillach, cuya condena y ejecución están en las bases del mito de la "resistencia", trata un reciente ensayo –"The collaborator"– de una historiadora "revisionista": Alice Caplan.
¿Qué habría sido de Pla, qué estereotipo habría quedado de él, de haber fallecido en 1942? Vicens Vives, a quien ahora admiran en todos los seminarios de historia, escribió su "Geopolítica del Estado y del imperio", donde no faltan elogios al III Reich, en 1940. Pero después vivió, y cambió lo suficiente para que se olvidara.
No así Ferran Valls i Taberner (1888-1942), sobre el que Josep M. Mas Solench ha publicado una monografía en Proa. Director del Archivo de la Corona de Aragón, hombre de la Lliga pasado al bando franquista, un artículo suyo de 1939, "La falsa ruta" (refiriéndose al catalanismo), ha perdurado más que su ingente obra intelectual, como señala con acierto Josep M. Solé i Sabaté, preguntándose si "hemos hecho lo mismo con todos los que de forma tanto o más estrecha fueron colaboracionistas con el franquismo".
Exiliado en Roma, don Juan quiso verle tres días a la semana "para que me explicara con detalle la historia de Catalunya". Está escrito: "A través de las conversaciones sostenidas con él, cambió totalmente la idea que yo tenía de Catalunya. Por eso escogí el título que ahora llevo: el de conde de Barcelona". La historia, las personas, evolucionan. ¿No sería ya hora de proclamar también en lo literario una amnistía general?